Anteriormente a aquel 22 de octubre de 1992, había escrito algunos versos más: un poema al primer niño que me gustaba, con 6 años, una oda a la naturaleza, en 1988, un poema sobre una niña, en 1989, otro a mi profesora preferida, uno a mi abuela materna -que en paz descanse- en 1990, otro a la luz de las farolas en 1991, y dos en 1992, uno de ellos en Francés, y otro que formaba parte de una de mis primeras andaduras en la narrativa, el cuento 'Verónica'.
Pero fue un 22 de octubre cuando, llena de ilusión, de -quizás demasiadas- pretensiones, y tras leer unos poemas escritos por mi madre en su adolescencia, a las 3 de la tarde, poco antes de ir al colegio, sentí la llamada de la poesía a mi mente y corazón. Tal vez fueran las ganas de querer ser alguien, de destacar, de que una persona en concreto sintiera un aprecio recíproco.
Aunque no salieran las cosas como yo anhelaba, aquellos 22 poemas que escribí con 12 años, siguen siendo de mis favoritos; inocentes, sencillos, cargados de ilusión y esperanzas, de vida, de mi vida de entonces.
Aquella
tarde la felicidad se acercó
a
mi, de puntillas
como
una bailarina, grácil y dulce
desconocida
cálida
y dispuesta a permanecer
en
mi vida;
Aquella
tarde la felicidad
se
acercó decidida
¿Qué
pasó para que se lo pensara
dos
veces?
Felicidad,
mía, ¿dónde te encuentras?
Aquella
tarde no tuve tiempo
de
apenas conocerte
te
extraño con locura
se
que tu nombre ya he gastado
se
que tú tienes otros quehaceres
pero,
te suplico, vuelve a mi lado
¿qué
es la vida sin tu presencia
de
vez en cuando?
No
digo diaria, pero alguna vez
sólo
soy una mera pasajera
en
el viaje que es la vida
no
conozco estación alguna
en
el paisaje no hay bellas vistas
las
ventanas son transparentes
pero
nada se ve
y
la puerta y el muro de piedra
siempre
están fríos.
5
de Noviembre de 2010
De
'Días de Otoño, Tardes de Invierno' (2010-2011)